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  • Amar y dejarse amar

    «Yo ponía uno de sus discos preferidos y le decía: “Cariño, ¿sabes lo feliz que soy contigo? Esas palabras la colmaban y se abandonaba tiernamente en mis brazos. Pero nunca duraba mucho. Pronto volvía a su inquietud: “No me lo dirás sólo para contentarme, ¿verdad?”. No se atrevía a ser feliz. No creía merecer el amor que yo sentía por ella. […]

    A menudo, en presencia de un cristiano que en la oración no se atreve a ser feliz junto a Dios -¡y hay muchos!- me entra la tentación de contarle las confidencias de este amigo y decirle: “Esa mujer eres tú”. Como ella, no te atreves a ser feliz cuando tienes todas las razones para serlo. Dios todopoderoso, tu creador, el creador de todas las cosas, te ama con un amor divino, es decir, infinito, y te ama desde toda la eternidad, y te ama personalmente; es cierto que desea que seas santo, pero, mientras lo espera, te ama tal como eres. En todo momento te mira con una infinita ternura.

    ¡Por favor!, no pases toda tu oración lamentándote y arrepintiéndote. No le niegues a Dios la alegría de sentir que ese niño al que ama sabe disfrutar de ese amor.

    No corráis el riesgo de pasar todo el tiempo contemplando lo que aún no está purificado en vuestro interior, todas las motivaciones, a menudo imperfectas, de vuestros actos, todas vuestras faltas. Y a causa de ello os apartéis de la contemplación del esplendor del rostro de Dios, de ese rostro en el que podríais leer que su amor es capaz de abarcar con un abrazo total cualquier corazón humano, todos los corazones de todos los hombres y millares de otros hombres que no existen todavía.

    No os invito a la pasividad. Simplemente deseo que no mantengáis vuestro arco tenso de la mañana a la noche, que no estéis únicamente preocupados por hacer, hacer más, hacer mejor. Es preciso que en la vida interior del cristiano, y especialmente a la hora de la oración, se equilibre el hacer y el dejar hacer a Dios, el amar y el dejarse amar, el hacer y el ser, el ser que se da y el ser que acoge el hacer de Dios».

    Henri Caffarel, Las encrucijadas del amor, PPC Editorial, p. 40-42.

    (Este libro fue traducido al alemán y editado por Hans Urs von Balthasar en la Johannes Verlag Einsiedeln)

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