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  • Concebimos en el corazón

    El cristiano vive el misterio de María, en quien es única la concepción:

    «Traed vosotros mismos y ofreced primicias al Señor, según lo que cada uno ha concebido en su corazón… (Ex 35, 5). ¿Qué quiere decir lo que dice Moisés: traed de vosotros mismos y cada uno cómo conciba en su corazón?… Lo que atañe a:  cada uno según ha concebido en su corazón, se refiere a lo siguiente: no podrás ofrecer a Dios algo de tu pensamiento, o de tu palabra, a no ser que antes hayas concebido en tu corazón la Palabra. No puede ser probado tu oro, ni tampoco tu plata a no ser que hayas estado atento y hayas escuchado con diligencia… Por tanto, si has concebido en tu corazón la Palabra, tu oro, es decir tu pensamiento, será probado, y tu plata, que es tu palabra, será probada…

    ¿De qué servirá tanto esfuerzo si los oyentes, ocupados, atentos apenas una hora a la Palabra de Dios, la desprecian y la dejan perder? Si el Señor no construye la casa en vano trabajan los constructores… que cada uno de los oyentes vea cómo recibe lo que se le entrega…

    Veamos todos juntos cómo concebimos en el corazón, cómo es nuestra presencia aquí y cómo tratamos la Palabra de Dios…

    Nadie concibe en su corazón si no tiene el corazón disponible, si no tiene la mente libre y está completamente atento. No puede concebir en el corazón y ofrecer dones a Dios, a no ser que uno se mantenga vigilante en su corazón… Mirad si concebís, mirad si retenéis estas palabras que se dicen, para que no se escapen y pierdan.

    Quiero advertiroslo con ejemplos tomados de nuestras prácticas religiosas; sabéis, vosotros que soléis estar presentes en los misterios divinos, cómo, cuando recibís el Cuerpo del Señor, lo conserváis con toda cautela y veneración, para que no caiga la mínima parte de él, para que no se pierda nada del don consagrado. Os considerarías culpables, y con razón, si cae algo por negligencia. Pues si tenemos tanta cautela para conservar su Cuerpo, y la tenemos con razón, ¿cómo pensáis que despreciar la Palabra de Dios es menor culpa que despreciar su Cuerpo?».

     ORÍGENES, Homilia XIII sobre el Éxodo

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