• El director

    Tras hablar del autor y del actor nos ocupamos ahora del tercer elemento de la producción teatral: el director. Nos advierte Hans Urs von Balthasar, sin embargo, que no podemos suponer haber captado ya con esto, en su núcleo, el acontecimiento teatral. Esta producción sólo tiene sentido dentro de un espacio espiritual mayor; sabemos que el público espera de la representación algo que es más que la unión de dichos elementos.

    Las aportaciones creadoras de autor y actores son los dos extremos que el director debe ligar. Sobre la primera se trataría no sólo de obedecer fielmente al texto, sino de introducirse en el corazón y el espíritu del autor para ir más allá de la letra, hasta encontrar el “superobjetivo” que atraviesa toda la obra y le da sentido.

    A continuación se plantea la dificultad de transmitirlo al público. Esta otra mediación, la necesaria entre el autor y el público, es la tarea más difícil para el director. Sin duda la obra fue escrita en un contexto social determinado, que condiciona la acción dramática. Incluso puede tratarse de un contexto difícil de entender hoy. Es tarea del director hacerlo llegar, desde lo circunstancial, hasta nosotros. Stanislavski explica así esa transposición: Si usted en una obra antigua inserta la actualidad con violencia, ésta se convierte en carne muerta en un cuerpo espléndido y lo desfigura. Si por el contrario una tendencia moderna se introduce de modo orgánico en el “superobjetivo” de la obra antigua de modo que contribuya a enriquecerla y a desarrollarla internamente en algún aspecto, puede realizarse un “aggiornamiento” válido. El director debe comprometerse hasta el punto de dar actualidad a la obra pero sin equiparar esta actualidad con una doctrina social asimilable por nosotros pero, por eso mismo  limitada, local. El teatro tiene dimensiones políticas, en el sentido elevado y noble, pero no sería justo usarlo para manifestar de forma abusiva alguna idea particular que nos desvíe del “superobjetivo”. Las grandes representaciones hacen resplandecer en la obra antigua aquello que habla a nuestros corazones y conciencias sin necesidad de una modernización superficial.

    La siguiente tarea del director es mostrar a los actores ese “superobjetivo” común a todos, pero con la precaución de no hacerlo nunca como si se tratara de algo acabado: las capacidades creativas de todos deben ser integradas en libertad. Así el cuaderno de dirección, lejos de parecerse a una partitura, se irá cargando de las más diversas sugerencias. La creatividad del director consiste en despertar las capacidades creativas de cada actor, sobre todo aquéllas que él desconoce, de manera que la representación de todos sea un conjunto artístico, es decir, espiritual.

    Para alcanzar ese conjunto artístico son necesarios conflictos y confrontaciones: del director con el autor y con los actores, del actor con el autor y el director, de los actores entre sí; de otro modo las creatividades de unos serán ahogadas por las de otros. Por eso el trabajo durante los ensayos no es otra cosa que una “lucha por la unidad” hasta alcanzar esa síntesis en la que ya no se manifiesten tensiones ni tampoco se haya conservado algo ajeno a la sustancia de la obra.

    Según Ionesco: el director tiene que dejarse conducir, no debe pedir nada de la obra, debe aniquilarse y ser una vasija totalmente receptiva. Su trabajo, que parte de la obediencia a lo que recibe de autor y actores, concluye cuando él mismo sea ya superfluo.

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