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  • La relación entre la Iglesia y el teatro: los inicios

    La relación entre la Iglesia y el teatro, ha sido, desde los inicios, difícil. Hans Urs von Balthasar nos describe las causas y las consecuencias de esta compleja cuestión.

    Los primeros cristianos se encontraron un teatro griego decadente, en ocasiones, incluso, pornográfico y cruel, del que se habían alejado ya muchos paganos. Los actores, aunque aplaudidos en los espectáculos, eran proscritos de muchos ámbitos públicos. Entre los cristianos, la asistencia a estas representaciones fue prohibida bajo pena de excomunión. Por su parte, los artistas del teatro hacían burla de los recién convertidos cristianos, los bufones representaban sus ansias de salvación e incluso en los martirios se reían de ellos.

    Algo bien distinto a las circunstancias sociales del teatro del momento es la dificultad que este arte presentaba para la filosofía de entonces. Platón había abandonado el mito en favor de la filosofía. El comportamiento caprichoso y ambiguo de los dioses griegos que el teatro mostraba, no se correspondía, según él, “con las normas fundamentales de la teología”. Había que construir el Estado real, en lugar del mundo aparente del escenario. Para ello, era necesario imitar la bondad y la verdad siempre: es decir, lejos de ser el imitador de los valientes héroes mundanos, a los que el poeta canta emocionado, el hombre debía dar un salto hasta la ley divina del cosmos, ley justa y ordenada, para recibir de los dioses, como regalo, un ritmo armónico de vida. Estos dioses, cuyo comportamiento es ahora descrito de otro modo, se entremezclarían en las danzas de los hombres como vecinos. Así el hombre llegaría a ser (en un sentido nuevo y positivo de la expresión) una “marioneta divina”, que era “lo mejor para él”, como dice el mismo Platón en Las Leyes.

    Volviendo al ámbito cristiano aparecía otra dificultad: la historia bíblica de la salvación era un nuevo comienzo, tan real, que no hacía fácil, de inicio, asumir los mitos clásicos, más bien había que distanciarse de ellos. Sólo más adelante podría entenderse este material como prefiguración del único drama verdadero. Siglos después los grandes autores citarán a los dioses míticos sin que haya confusión alguna, pues ya la conciencia cristiana entiende que Jesucristo es el único dios verdadero. Ahora Él puede ser el verdadero Orfeo en busca de Eurídice, el verdadero Hércules o el verdadero dios Pan.

    Finalmente, era necesario diferenciar con claridad la liturgia, que coloca al sacerdote representando a Cristo y repitiendo sus palabras, pero que es además un acto verdadero, actual y eficaz de Dios mismo, de una representación teatral, o de alguno de los ritos de las otras religiones que existían en el momento.

    Sin embargo, y justamente por no ser una ficción humana, la liturgia es capaz de abrir espacios nuevos. En esos espacios puede surgir la crítica, en particular, la crítica a la Iglesia. En la tensión entre la verdad del sacramento, superior a lo teatral, y la contemplación de nuestra existencia que el teatro nos ofrece se encuentra el origen de la problemática, y de la riqueza, del teatro cristiano.

    En próximos números de nuestro boletín veremos cómo el ‘no’ inicial de la Iglesia al teatro va transformándose a lo largo de la historia, en gran medida, precisamente, en torno a la liturgia.

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