«Nos encontrábamos ya bajo la luz del sol… El abundante rocío daba a la hierba el resplandor de una joya… A derecha e izquierda, y a nuestra espalda, aquel mundo de colinas de todos los colores se elevaba más y más hacia el cielo, dejando ver a lo lejos, un resquicio de aquello que llamamos mar (aunque no pueda compararse con el Gran Mar de los griegos). Se oía un canto de alondras, y, por lo demás, reinaba una calma antigua y colosal.
Y he aquí el combate que me tocaba librar. […] Tentándome como en un jugueteo insolente, oía una especie de voz expresarse sin palabras, algo que si hubiera podido reducirse a palabras habría dicho: “¿Qué razón impide saltar de alegría a tu corazón?”… Tuve que recitarme, (más…)