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  • Como un niño pequeño en una fiesta

    «Cuanto más se exploraba el equipaje de vacaciones del señor Smith tanto menos se sacaba en claro. Una particularidad suya consistía en que casi todo parecía estar allí por la razón equivocada; lo secundario para cualquier otro era de primera importancia para él. Envolvía una tetera o una sartén en papel de estraza, pero el irreflexivo ayudante descubría que la tetera no tenía ningún valor y hasta era innecesaria, y que el papel de estraza era lo realmente valioso. […]
    También exhibió unas seis pequeñas botellas de vino, e Inglewood, viendo por casualidad un Volnay que sabía que era excelente, supuso al principio que el desconocido era un epicuro de los vinos. Se quedó, por tanto, sorprendido al encontrarse con que la siguiente botella era un clarete horrible, […] y parecían haber sido escogidas únicamente porque lucían los tres colores primarios y los tres secundarios: rojo, azul y amarillo, verde, violeta y naranja. […]

    Smith era en realidad, hasta donde puede serlo la psicología humana, inocente. Tenía la sensualidad de la inocencia: le encantaba lo pegajoso de la goma y cortaba la madera con voracidad, como si estuviera cortando una tarta. Para aquel hombre el vino no era algo dudoso que se podía defender o denunciar, sino un jarabe curiosamente coloreado tal como lo ve un niño en un escaparate. Hablaba de forma dominante y sin considerar la conveniencia social, pero no estaba haciendo valer sus derechos como un superhombre. Se olvidaba sencillamente de sí mismo, como un niño pequeño en una fiesta. De algún modo había dado la zancada gigante de la niñez a la madurez sin sufrir esa crisis de la juventud en la que la mayoría de nosotros envejecemos. […]

    Por cierto –preguntó el señor Smith– ¿adónde da esa puerta?
    –A una muerte segura, diría yo –respondió Michal Moon levantando la vista hacia una trampilla cubierta de polvo en el techo del ático–. No creo que haya ahí una buhardilla.
    Mucho antes de que terminara la frase, el hombre había saltado a la puerta del techo…».

    G. K. CHESTERTON, El hombre vivo (Manalive), Ediciones Valdemar Madrid 2005, p. 42-46.

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