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Pincha aquí para escuchar la grabación completa de la presentación del libro, que tuvo lugar el 10 de mayo de 2013.
Primera ponencia:
Si dos sacerdotes religiosos de más que notable y demostrada formación intelectual nos recomiendan un libro, cabe el peligro de que algunos de nosotros pensemos que el libro puede ser de difícil comprensión o que no tendrá mucho que ver con nuestros intereses. Pero si esa recomendación, con toda la fuerza de que sea capaz, la hace una profesora “rasa” y madre de familia, que afirma que este libro puede marcar un antes y un después en nuestra forma de concebir la educación, en la forma de mirarnos a nosotros mismos y a los demás, en la forma de entender lo que es importante y lo que no lo es, en el modo de comprender cómo es el mundo actual; que este libro es, además, sencillo y apasionante, que alguien de formación no especializada en filosofía o teología lo seguirá sin problema alguno y, que cuando termine su lectura, se quedará con el regusto de haber aprendido pequeñas cosas importantes sobre el arte de vivir, entonces quizá logre ampliar el círculo de los que se animen a adentrarse en estas páginas y habrá merecido la pena la osadía de atreverme a estar aquí.
IDEAS:
El libro está vertebrado en torno a tres diálogos: el que mantiene una joven neurocirujano, Natasha, con su padre espiritual, Boguljub; el que mantiene Natasha con un monje ortodoxo y un sacerdote católico que están de paso por su parroquia y, por último, el de estos dos sacerdotes visitantes con el P. Vassilij, un monje que se dedica al arte religioso y que parece reflejar a Rupnik. De los tres diálogos, el primero es mucho más largo, 5 de los 7 capítulos del libro, y condensa la visión de Rupnik sobre la educación.
Como no se trata de contar ni destripar el libro, sino de animar a su lectura, voy a destacar solamente dos aspectos que me han llamado la atención y alguna de sus consecuencias. Me voy a fijar en primer lugar, en lo que Rupnik nos explica sobre lo que, en su opinión, no es la educación. A veces, para saber qué es algo, ayuda mucho que nos expliquen antes lo que no es. Y eso hace Rupnik de manera valiente. Nos pone frente al espejo de lo que tantos hombres occidentales han creído que es la educación para mostrarnos a qué hemos reducido el auténtico “arte de vivir”. En segundo lugar repasaré algunas ideas básicas, siempre siguiendo a Rupnik, de lo que es la auténtica educación y terminaré comentando varias de las consecuencias prácticas que se derivan de esta nueva visión.
Así, si se comprende la vida verdadera, en Dios, entonces resultará clave en la educación de los jóvenes, por ejemplo, la presencia y la experiencia de los ancianos, que ven la vida desde su final, ya cercana la meta y pueden transmitir la experiencia de tantas cosas.
Si la educación no es la transmisión de un conjunto de ideas, sino el arte de enseñar a vivir, se entiende bien que el trabajo es un ámbito clave de la enseñanza y de la propia evangelización porque trabajando se comunica la experiencia y la sabiduría.
También se entiende que resulte mucho más importante la creatividad para educar que la existencia de complejas estructuras institucionales y métodos que a veces hacen, de ellas mismas, de su permanencia, un fin, y pervierten el auténtico objetivo para el que debieron nacer.
Si vivimos la vida desde la perspectiva real, reconociendo a Dios como Señor, con una adhesión personal, evitaremos situarnos en una perspectiva abstracta, racionalista, en la que esa idea o concepto de Dios, que no es experiencia, sólo es capaz de incidir en la vida mediante una actitud voluntarista, que antes o después termina deslizándose hacia el moralismo.
Por la misma razón, si la fe cristiana es una cuestión de vida “no podemos contentarnos con frecuentar algunas actividades, si luego nuestro quehacer, en sus aspectos más prácticos, es gobernado por la lógica del mundo”, nos recuerda Rupnik; porque la vida no admite divisiones de ese tipo.
De ahí que el libro de Rupnik sea un canto a la unidad de vida: a mirar lo cotidiano desde nuestra más honda realidad que es la de nuestra vida de hijos de Dios en Cristo. Por eso hay una palabra cristiana sobre el vestido, sobre la comida, sobre la casa, sobre cómo estamos juntos, sobre cómo se prepara una fiesta, sobre cómo nos hablamos, sobre cómo se descansa o cómo se trabaja; por eso cuentan nuestros sentidos y cuenta también nuestra imaginación. Qué importante es, en opinión de Rupnik, desarrollar una imaginación sana, que obre con imágenes realistas sabiendo que la auténtica realidad de cada hombre es lo que somos en Cristo. “Mirándome en Él – dice Rupnik en expresión bellísima y llena de fuerza – tengo (…) la visión de lo que soy en realidad y encuentro la fuerza para transformar mi cotidianeidad según la medida de esta visión”, porque “para que una imaginación sea real –cito de nuevo- debe apoyarse en la mirada de Dios. (…) Mirarse como nos ve Dios”. Y qué importante también, hacer una alianza con los sentidos, con los ojos, con los oídos, para llenar el corazón con imágenes y palabras bellas, que orienten al hombre hacia su Señor. Se trata en definitiva de “educar en la búsqueda de lo que más directamente me puede llevar a la unión con Dios y a vivir su vida”. Educar al “hombre espiritual” que es un “hombre dócil al Espíritu Santo (…) capaz bajo su luz y su guía de captar en las cosas y en los eventos el nexo con Jesucristo y con la historia de la salvación”.
No pretende Rupnik cosas raras, ni fuera de nuestro tiempo. Pero sí propone el inicio de un nuevo estilo de vida a través de esa pedagogía de los pequeños pasos. Un estilo de vida que se plasme en la casa y en el vestido, por ejemplo. En la casa porque el espacio “revela el lugar del corazón”. ¿Qué revelarán, entonces esos hogares donde la televisión es el centro geométrico? Se pregunta Rupnik. Y no plantea, seguro por desconocimiento, el drama de hiperconectividad que nos asola en las eras de Ipads y Ipods donde la tecnología aleja más que nunca, pretendiendo acercar, y aísla. El estilo de vida no es algo trivial porque “el estilo de vida y el contenido de la vida tienen un nexo real y directo, y “porque es la vida la que poco a poco se traduce y se expresa en muchas formas intelectuales y culturales y no al revés”. Igual sucede con el vestido, que “no es algo marginal y no puede ser liquidado como una cuestión cultural y tampoco como un problema moral” porque, “desde un punto de vista teológico y espiritual tiene que ver con la identidad de las personas” y tan es así que la desnudez refleja precisamente la pérdida de esa identidad. Ese estilo de vida que propone Rupnik llega también a la mesa y nos enseña a recuperar la dimensión espiritual de la comida y de estar a la mesa. Comemos no sólo para satisfacer una necesidad básica sino para gustar lo creado que suele llevar, además, el sello del amor que ha puesto quien lo preparó. Tras el comer o el beber hay algo más que un aspecto utilitarista y la mesa puede convertirse “en un lugar importante para la educación del deseo”. Un lugar que recuerde a aquella vieja “Europa sembrada de casas en las que nadie se sentaba a la mesa sin una oración en los labios” y que permitía a los hijos crecer no sólo en el cuerpo sino también en la fe.
Termino ya para no agotar mi tiempo ni agotarles a ustedes, pero termino sin agotar, por supuesto, un libro poliédrico, lleno de matices, al que cada uno y en cada lectura sabrá encontrar nuevas luces. En mi opinión de madre y profesora la propuesta de Rupnik es rompedora y atractiva. El estilo de vida que sugiere es ciertamente sencillo y no responde a una metodología sino a una mirada certera sobre el hombre. Pienso que merece la pena leer estas páginas y empaparse de ellas. Quizá nos sirvan para darnos cuenta, como dice en una de ellas el viejo padre Boguljub, que hemos perdido numerosas energías, “tanta fuerza, tantos nervios, en la búsqueda continua de nuevas metodologías” y quizá sería una gran obra espiritual dedicarse de corazón a los aspectos concretos aparentemente simples e insignificantes -que propone el libro – y que están tan llenos de contenido para la auténtica vida del hombre. A mí, debo reconocerlo y por eso estoy aquí, la pedagogía de los pequeños pasos de Rupnik me ha conquistado. Muchas gracias.
E. SR.
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