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  • Hablar y escuchar

    No escucharse uno mismo. De poco sirve agradarse uno mismo si no se contenta a los demás. Es frecuente que el desprecio general castigue la satisfacción particular. Quien está pagado de sí mismo a todos se debe. Querer hablar y oírse no sale bien. Si hablar a solas es de locos, lo es mucho más  escucharse delante de otros. Tras cada frase quieren oír la aprobación o lisonja, olvidando el buen sentido. También los hinchados de orgullo hablan con eco. Su conversación tiene una presunción excesiva por lo que a cada palabra precisan del molesto socorro del necio «¡bien dicho!»

    No ser inaccesible. Nadie es tan perfecto que no necesite alguna vez un consejo. Es propio del necio irremediable el no escuchar. El más independiente debe dar lugar al consejo amistoso, y el soberano no debe rehuir los consejos. Hay hombres sin remedio por ser inaccesibles; se despeñan porque nadie se atreve a detenerlos. El más inflexible debe tener una puerta abierta a la amistad y será también la de socorro. Un amigo debe tener lugar para, con confianza, poder avisarle y corregirle incluso. La confianza le debe permitir esta autoridad así como la elevada opinión sobre su fidelidad y prudencia.

    Poseer el arte de conversar. Pertenece a las auténticas personas. En ninguna actividad humana se necesita más la prudencia, pues es la más común de la vida. Aquí se decide el ganar o perder. Si la prudencia es necesaria para escribir una carta, que es una conversación pensada de antemano y por escrito, ¡mucho más en la conversación ordinaria donde uno se examina de discreción de modo precipitado!. Algunos creen que el arte de conversar es no tener arte y que la conversación debe ser holgada como la ropa. Así debe entenderse entre los muy amigos. Cuando tiene lugar entre personas de respeto debe ser más sustancial e indicar la mucha sustancia de la persona. Para acertar en esto hay que ajustarse al carácter e inteligencia de los que intervienen. No hay que pretender ser censor de palabras, pues será tenido por gramático y pedante; tampoco fiscal de frases, pues todos evitarán el trato. Al hablar importa más la discreción que la elocuencia.

    Baltasar Gracián

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