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  • La Lola se va a los puertos

    Antonio y Manuel Machado, sevillanos y de padre experto en el folclore andaluz, son los autores de una obra muy costumbrista por su lenguaje e imágenes (flamenco, cantaora, guitarrista, señoritos andaluces…), pero no hecha de tópicos, sino con una mirada fresca a todo esto. Con una buena poesía, tiene el arte de no ser localista siendo tan local en palabras y giros. Es como el Concierto Andaluz de Joaquín Rodrigo: evidentemente andaluz pero no solo para andaluces.

    Aquí la música es un personaje más, en realidad, el centro mismo de la obra, más protagonista que Lola, su intérprete. Para Heredia, el músico que acompaña siempre a Lola, «el cante hondo tiene de función de iglesia más que de jolgorio», porque «una copla -cuando es copla- es más que un arco de iglesia, cosa muy seria».

    Tan seria que, tras

    un momento de lucha, Lola se decide a consagrarse a ella: «yo acepto lo que Dios quiso que fuera». Su vida ha sido elegida para alegrar, con su cante, la de otros, así que «no puedo tener, siendo yo el propio querer, un querer particular. Mi vida es cantar. Unida a un hombre fuera perder mi vida. Porque querer de veras es dar la vida». Heredia lo explica a su manera: resulta que San Pedro vio desde el Cielo lo mal que estaban las cosas en Europa, y en España, se lo contó al Señor y Él pensó «será mejor darle una forma flamenca al mundo. Haré una mujer de lujo que todo el mundo la quiera y ella no quiera ser de nadie; a ver si el mundo se ordena».

    Y es que la consagración de Lola al cante es el motor del cambio de todos los que la conocen: Rosario deja de ser una chiquilla malcriada para tener que luchar por lo que quiere; Don Diego, cómodo en un mundo que domina, encuentra algo fuera de su alcance; José Luis, el señorito que cree saberlo todo, conoce el amor y la renuncia; y Heredia alcanza el máximo de su disponibilidad.

    El desenlace, decisivo para comprender todo, está cargado de simbolismo. Lola y Heredia, sobre todo ella y él por exigencia de ella, no pueden ser un matrimonio. Viven de y para la música de tal modo que favorecen el amor conyugal, pero quedan ellos excluidos del mismo para vivir el amor que es la música misma. En palabras de Heredia, la suya es «una relación flamenca de hombre y mujer, que no es un matrimonio cualquiera entre cristiano y cristiana, sino algo más», así que, sin condiciones, se decide: «donde Lola cante, toca Heredia».

    Podríamos sospechar de los símbolos, temiendo que a fuerza de ellos, se nos olvide la realidad. Pero en el matrimonio hay algo así, hay un amor que precede y sobrepasa el matrimonio y del que éste debe tomar. Como pasa en la literatura amorosa medieval, donde el amor cortés excluye el matrimonio, en este caso la música como símbolo representa lo que nosotros llamamos  sacramento: el matrimonio es sacramento de un amor más grande que el matrimonio mismo.

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