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  • Soy un hombre ridículo

    Soy un hombre ridículo. Ahora me llaman loco. Esto representaría un ascenso de categoría, si no continuara siendo tan ridículo como antes para la gente. Sin embargo, ahora ya no me enfado, todo el mundo me parece simpático y diría que más aún cuando se ríen de mí. Yo mismo me reiría con los demás, no por querer reírme de mí, sino por amor a ellos. Lo haría si al contemplarlos no me causaran tanta pena. Me entristecen, porque no conocen la verdad y yo sí la conozco.

    Estudié en la escuela; más tarde, en la universidad. Cuanto más estudiaba, tanto mejor sabía que era ridículo. Al final resultó que toda mi ciencia universitaria existía como quien dice para demostrarme y ponerme en claro, a medida que progresaba en mis estudios, que yo era ridículo. En la vida me ocurrió poco más o menos lo mismo que en la ciencia.

    Pero desde que llegué a joven, aunque cada año iba adquiriendo un mayor conocimiento de mi horrible condición, fui volviéndome, sin saber por qué, más tranquilo. Realmente, sin saber por qué, y aún hoy no he logrado contestarme a ese porqué.

    Quizá se debió a la terrible congoja que se apoderó de mí por una circunstancia infinitamente más poderosa que todo mi ser: llegué a convencerme de que en este mundo todo daba lo mismo, en todas partes. Hacía mucho que lo presentía, mas sólo el último año, y como de sopetón, alcancé ese convencimiento cabal. De pronto me di cuenta de que me daba lo mismo que existiera el mundo o que no hubiera absolutamente nada en parte alguna. Con todas las fibras de mi ser comencé a percibir y a sentir que a mi vera no había nada. Al principio tenía la impresión de que anteriormente sí había habido muchas cosas, pero luego acerté a ver que tampoco antes había habido nada, sólo lo parecía. Poco a poco me convencía de que tampoco habría nada nunca en el futuro.

    Un buen día, cesé de sentirme enojado contra las personas y casi dejé de darme cuenta de su existencia. Entonces, había dejado de pensar por completo, me daba lo mismo todo. ¡Bien estaría si hubiera resuelto las cuestiones!, pero no había resuelto ninguna, ¡y cuántas había!. Pero desde que me daba lo mismo, todos los problemas se esfumaron.

    Fue después de todo eso cuando conocí la verdad (…).

    F. DOSTOIEVSKI, El sueño de un hombre ridículo. Relato fantástico. Alianza Editorial, 2011.

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